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Destino: Nicaragua | Día 0



Por determinadas circunstancias familiares crecí viajando. Mi infancia y pre-adolescencia se distribuyó entre México (Tecomán, Autlan, Puebla, Guadalajara) y países de Centro América (Panamá, Costa Rica, Guatemala, El Salvador), hasta cumplir los 18 años, allá por el lejano 2011, y establecerme en Guadalajara donde curso mi actual Licenciatura en Antropología. Sin embargo, no sé viajar. La mayoria de las veces dormía al cruzar la frontera, y las únicas ocasiones que recuerdo hacer mis maletas fue en Costa Rica y Guatemala, preocupado por mis juguetes de peluche y mis libros (respectivos objetos transicionales), y que por cierto los primeros jamás llegaron a su destino.

Conviene entonces aclarar algunos puntos:

1) Es un viaje de placer; no del clásico rito de paso del neófito antropólogo enfrentado por primera vez a lo desconocido, sin lugar donde dormir o que comer, armado de su bagaje teórico/metodológico y una mochila camping para dormir a la interperie, cobijado por el manto nocturno de estrellas. No, este no es el caso, tengo donde llegar a dormir y comer...

2) No voy preparando para elaborar un correcto reporte etnográfico, y para la redacción de este diario de viaje y futuras observaciones, dependeré de los apuntes en mi memoria y lo que pueda consultar desde el celular, por lo menos hasta llegar a Nicaragua.

3) No llevo dinero.

4) No prometo una entrada diaria (por mucho que mi Súperyo insista en ello), pero si constancia a fin de resaltar cualquier hecho relevante.

Viajar siempre es una gran experiencia, no sólo para conocer lugares, personas o culturas distintas, sino para comprender la configuración de mi propio ser desde la alteridad que el viaje nos proporciona. Ello espero rescatar de la experiencia, y unos cuantos apuntes que almacenar en la blogosfera.

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Me gusta viajar en carro, de copiloto o en los asientos traseros, mirando por la ventana. Los colores del paisaje se mezclan a la velocidad que viajamos, las luces se funden y estiran a todo lo ancho del cristal hasta desvanecerse. El cielo se mancha de trazos agresivos del follaje de los árboles y por las noches, las señalizaciones del camino, que reflejan la luz, destellan fugases al ser rebasadas.